Ya estábamos en la perla del crucero ¡Estambul! Una ciudad entre
dos continentes; a un lado del Bósforo Asia y al otro Europa.
Estambul es la ciudad más
grande de Turquía y la
primera más poblada de Europa. Llamada Constantinopla en la época
del Imperio Romano e Imperio
Bizantino,
Estambul está considerada como una de las ciudades más bellas de Europa, y la
verdad es que nos llevamos esta sensación.
Las zonas históricas de Estambul fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1985, por sus
importantes monumentos y restos históricos.
Estambul ha sido y es un crisol cultural y étnico. Por
consiguiente, hay numerosas mezquitas, iglesias, sinagogas y palacios
históricos dignos de visitar en la ciudad. Por estas razones la Unesco en el año 1985, declara
las zonas históricas de Estambul como Patrimonio de la Humanidad.
Nosotros teníamos dudas de cómo hacer la visita ya que
solo íbamos a estar unas horas en la ciudad, si hacerla por libre o concertar
una excursión. Decidimos contratar una excursión para aprovechar mejor el
tiempo y poder visitar lo que queríamos ver: la mezquita azul, Santa Sofía y el
gran bazar.
Primero fuimos a visitar la mezquita azul. La Mezquita
Azul es una de las dos mezquitas de Turquía que cuentan con seis minaretes, junto con Adana. Cuando se
supo el número de minaretes que tendría la mezquita, se criticó al sultán
por presuntuoso, ya que, en aquel momento, era el mismo número de minaretes que
la mezquita de la Kaaba, en La
Meca. El sultán solucionó el problema construyendo un séptimo
minarete en la mezquita de La Meca.
Debe su nombre al color azul
vivo y verde de los mosaicos que decoran las cúpulas y la parte superior de la
Mezquita. Esta abierta de 9 a 18
horas, todos los días de la semana. No está permitida la entrada a visitantes
durante las horas de oración, por lo que hay que tener en cuenta el horario
para entrar.
La entrada a la Mezquita Azul es
gratuita, aunque se puede dar una pequeña donación a la salida para sufragar su
mantenimiento. Como manda la tradición islámica, hay que entrar descalzos y
cubiertos con un pañuelo. No se puede entrar con pantalones cortos ni con los
hombros al descubierto. Allí mismo ofrecen ‘kits’ para las personas que no
reúnen la vestimenta adecuada. De todos modos es aconsejable llevarla uno
mismo, el día en el que se vaya a visitar.
La mezquita azul nos
gusto mucho pero la que realmente nos maravillo fue Santa Sofía.
Aya Sofía (Santa Sofía), que significa casa de la sabiduría
divina, es el monumento más esplendoroso del arte bizantino.
Inicialmente fue catedral cristiana,
luego mezquita durante cinco siglos y desde 1935 se ha convertido en museo y en
uno de los principales atractivos turísticos de Estambul, visitada por millones
de turistas cada año.
Santa Sofía tiene una antigüedad que
queda patente en cuanto cruzas la puerta; hasta los niños permanecían en
silencio admirando las paredes, el techo,..los frescos, todo ello con un estado
de conservación excelente.
Cuando acabamos de visitar estas dos
maravillas nos llevaron a visitar el gran bazar, no sin antes llevarte a la
consabida tienda de joyas y de alfombras (es lo
que menos me gusta de las visitas organizadas).
El
Gran Bazar es el mayor bazar de la ciudad y uno de los bazares más
grandes del mundo.
Situado
en el centro de la "ciudad vieja", en la parte europea de Estambul,
tiene más de 58 calles y 4.000 tiendas. Diariamente recibe entre 250.000 y
400.000 visitantes. Con muchas áreas de negocio entre las que destaca la
joyería, orfebrería, tiendas de especias y tiendas de alfombras.
Aquí
vivimos nuestra primera y única experiencia de regateo, experiencia que no nos
gusto especialmente, ya que tienen una manera de regatear un tanto agresiva y
nos llegamos a sentir un poco violentos, y al ir con los niños, esta situación
no nos agradó, pero es verdad que es impresionante la cantidad de puestos de
joyas, ropa, especias,… que alberga en su interior, es digno de ver. Acabamos
tomándonos un té de manzana típico de la zona, en el paseo al que se accedía al
bazar. No teníamos más tiempo y ya nos toco volver al barco, con la pena de no
poder seguir visitando una ciudad que se antojaba fascinante y la satisfacción
de haber pasado un día increíble.
Nuestro
barco zarpaba ese día hacia la siguiente parada Mikonos.
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